EL MISTERIOSO SAMURÁI DEL LEJANO ESTE

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Yojimbo cuenta la historia de un mercenario. Y de dos bandas rivales. Esta historia es la de un samurái errante. Pero por sobre todo, esta historia trata de venderse al mejor postor.

Sí. De venderse. Porque este samurái es un asalariado. Quién ofrezca más dinero podrá romper el equilibrio de la balanza a su favor. Ambas bandas son torpes, amateurs, algo rusticas. No son la gran cosa. El samurái (Toshiro Mifune) es la clave. Quien cuente con sus servicios conseguirá imponerse y se hará con el pueblo. La historia trata medularmente de eso. De un pueblo tranquilo que se ve perturbado por dos bandos que se odian y de un misterioso samurái que no se compromete con ninguno. A ratos sirve a uno, a ratos sirve al otro. Para él no existe fidelidad. No existe compromiso. Solo una permanente desconfianza que le hará tomar decisiones si bien apresuradas, muy astutas.

Pero para su infortunio aparecerá en su camino un grupo liderado por otro temerario samurái (Tatsuya Nakadai) quien juega sucio y tiene una arma más sofisticada y para nada honorable: el revólver. Esta manera de ver al héroe relacionándolo con el  filudo y letal acero de una buena katana y en su contraparte, al antagonista con una fría arma de fuego, refleja  de alguna manera cómo occidente se ve vencido en esta épica historia. ¡Qué manera más brillante de revindicar el honor de un Japón humillado por la Guerra!  

 La situación del pueblo es triste y lastimera. Un pueblo tranquilo -que fue tranquilo sería más correcto decir- que se ve contaminado por la enemistad de los poderosos. Todo el pueblo se encuentra aterrado. El escenario es espantoso. Espantoso para todos menos para dos: el hombre que hace ataúdes y para el samurái; no puede existir mejor pueblo que éste: matar es negocio. Es la forma de conseguir dinero y con ello la demanda de ataúdes aumenta. El samurái está feliz y pretende quedarse a como de lugar.

La película es muy buena. Buenísima. Se nota claramente la influencia que traería en las western. Digamos que poseen una misma estructura: un protagonista con aires de divo, que se cree invencible e imprescindible; malos estúpidos y más cómicos que de temer; un pueblo en problemas; combates desiguales (uno contra cuatro, cinco); un ambiente en el que reina la quietud, el polvo, la tierra… y podríamos continuar.

 Cuando el Oeste le copia al Este

Sergio Leone nos permite demostrarlo: tres años más tarde, su película Por un puñado de dólares (1964) protagonizada por Clint Eastwood sería un plagio de lo más evidente de Yojimbo. ¡Es cosa de verla! Es igualita. Igualita claro en muchas cosas pero con cierta diferencia significativa: se cambian las katanas por pistolas. Y digo significativa porque por ello cambia la forma de luchar: del cuerpo a cuerpo a la lejanía, allá escondido detrás de una viga o un barril de vino.

Pienso que en esto radica la supremacía de las películas samurái frente a las western: el cuerpo a cuerpo. Y un cuerpo a cuerpo tan bien logrado, con tanta elegancia y tan fugaz que deleita. Los muertos caen como moscas ya agonizando antes de encontrar el suelo. Si nos referimos a los westerns, los caídos primero reciben el impacto, dan un grito seco, se tambalean lo necesario, se desploman y luego o mueren o piden clemencia. Me quedo con la elegancia del acero que tan bien maneja Toshiro Mifune. Las pistolas son para cobardes. Pero para cobardes virtuosos que rara vez erran y con revólveres que extrañamente no se recargan como si contaran con balas infinitas.

Sin embargo, el éxito de los western frente a las películas de samurái es innegable básicamente porque encajan perfecto con el cine hollywoodense, con actores caucásicos y en un idioma claramente más entendible que el japonés. Un importante número de actores que hicieron gran parte de sus adeptos por los western son muchos: Lee Van Cleef, John Wayne, Clint Eastwood, Gary Cooper…

La dirección de Kurosawa es impecable. La fotografía de miedo; las escenas, precisas; los personajes, encantadores; la música, escalofriante. Es un film para no olvidar y que tras verla queda en evidencia el porqué se consagró como una carta de presentación al cine del director japonés.

Les aseguro que vale la pena ver películas como ésta y Sanjuro (Akira Kurosawa, 1962), Harakiri (Masaki Kobayashi, 1962), Zatoichi (Takeshi Kitano, 2002) por nombrar unas pocas. Sumergirse en este verdadero género cinematográfico tan propio de japón es algo que vale la pena.

Acerca del autor

Crítico de cine y fanático de la comida china. En búsqueda de la mejor película asiática mientras devoro wantanes (porque, sinceramente, son mucho mejores que las gyosas y los arrollados primavera).

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