DENUNCIA, SUSPENSO Y RESILIENCIA

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Manila, capital de Filipinas. País que obtuvo dos veces su independencia. Primero de la Corona española y luego de los gringos, es en donde se desarrolla la historia. Un lugar interesante, sin duda, no solo por lo lejano que nos resulta este archipiélago asiático, si no además por todos los vestigios de la ocupación española: desde palabras en español, nombres completamente hispanos, el fervor religioso por el cual son mundialmente conocidos en Semana Santa y una que otra referencia a la cultura española tal como si se tratara de un eco que aún hoy retumba en Filipinas. Es por eso que no es de extrañarse que el protagonista de esta historia lleve como nombre Óscar Ramírez.[

Manila, el sueño que nunca fue

La historia es la siguiente: Óscar Ramírez, un campesino pobre junto junto a su familia emprenden un viaje a Manila. ¿El objetivo? Una nueva vida en donde tengan una situación digna para vivir. Un futuro mejor. La oportunidad de salir adelante. Pero Manila no era la maravilla que esperaban. Porque a la capital de Filipinas la honestidad no le viene. El aire que se respira está impregnado de corrupción y desconfianza permanente. En donde el más fuerte sobrevive. Un aire pesimista. Porque eso es Manila: un lugar lúgubre y hostil.

Tras una serie de intentos y engaños, Óscar conseguirá trabajo como guardia en una empresa de transporte de valores. Sin sospecharlo, se adentrará en una historia ajena, que no le pertenece ni quiere ser parte de ella. Y es precisamente desde aquí el punto de inflexión de la película. Porque desde aquí Metro Manila adopta otro aire. Deja la denuncia en segundo plano para adentrarse en un thriller de joyería. Estamos frente a un drama en su máximo estado de pureza. Porque Metro Manila es drama. Drama y una historia estereotípica de la explotación que viven miles de filipinos.

Metro Manila toma un elemento de por sí brillante de la tragedia griega para construir esta historia: la fatalidad del destino. Propongo verlo así. Como una tragedia de la que difícilmente el héroe podrá salir airoso. Manila lo recibe con cierta predestinación y malicia. El problema es que él, en su ingenuidad e inocencia, no lo sospecha. Y de aquí se desprende otro elemento genial que viene a equilibrar la balanza: la resiliencia del protagonista a no aceptar su destino. A lograr imponerse ante la adversidad más sentenciada. Esta loable capacidad de sobreponerse ante esta Manila podrida una y otra vez.

Pero basta de hablar. Se trata de ese tipo de obras escasas hoy en día en donde la narración muta de un momento a otro de manera muy original, con una fotografía bellísima en donde consigue exponer una historia como si se tratase de dos películas en una. Y aún más de destacar: el final es sencillamente perfecto. De esos que consigue erizar hasta el último de los vellos del cuerpo. Lo conseguido por Sean Ellis es brillante y es por eso que aturde un poco que Metro Manila haya pasado tan desapercibida luego de su exitoso paso por el Festival de Cine Independiente Sundance (donde ganó el premio público).

Queda muy recomendada.

Acerca del autor

Crítico de cine y fanático de la comida china. En búsqueda de la mejor película asiática mientras devoro wantanes (porque, sinceramente, son mucho mejores que las gyosas y los arrollados primavera).

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